domingo, 30 de marzo de 2014

Zífio de Cuvier, el cetáceo Récord mundial de inmersión a pulmón libre

Uno de los ejemplares estudiados en California permaneció 137,5 minutos sin respirar bajo el agua y llegó a los 2.992 metros de profundidad


Nuevo récord mundial de inmersión a pulmón libre: 137,5 minutos bajo el agua y 2.992 metros de profundidad.

 Evidentemente, la marca no pasará a formar parte del Libro Guinness con el nombre de 

ningún humano.

El récord ha sido establecido por un zifio o ballenato de Cuvier (Ziphius cavirostris), uno de 

los ejemplares de 

esta especie de cetáceo odontoceto (con dientes) estudiado por el equipo liderado 

por Gregory Schorr, de 

Colectivo de Investigación Cascadia (Estados Unidos). Los resultados de este trabajo, el más 

detallado de los realizados hasta ahora en cifios de Cuvier, se publican esta semana en la 

revista científica PloS ONE.

El cifio de Cuvier es una especie distribuida por varios océanos pero hasta ahora había sido 

muy poco estudiada. El equipo liderado por Gregory Schorr han recogido ahora datos de 

más 

de 3.700 horas de inmersión de los cifios estudiados en ocho puntos de la costa del sur de 

California. Los datos fueron conseguidos en buena parte gracias a un grupo de estos 

cetáceos que habían sido marcados, y sobre los cuales se ha realizado un seguimiento 

exhaustivo con la ayuda de satélites.

Las inmersiones registradas por este estudio no sólo superan los anteriores récords de 

buceo 

conocidos en esta especie sino también los atribuidos a otros grandes buceadores como el 

elefante marino del norte (Mirounga angustirostris).

Una notable diferencia en comparación con otros buceadores es que los elefantes marinos y l

os cachalotes requieren un largo período de recuperación después de largas inmersiones 

profundas, mientras que los cifios de Cuvier pueden volver a sumergirse después de respirar 

en la superficie durante sólo dos minutos.



Logran la traducción simultánea de un silbido de delfines

Biólogos logran identificar el significado de un sonido emitido por estos animales gracias a un particular software.

Un nuevo paso para lograr la comunicación entre animales y humanos lograron biólogos que trabajan en el programa Wild Dolphin Project, en el Caribe.
Luego de 25 años de trabajo, lograron por primera vez la traducción simultánea de un silbido de delfines, lo que sucedió cuando la científica Denise Herzingnadaba con un grupo de estas especies.
"Me quedé de piedra", relató la bióloga a la revista NewScientist.
Gracias al software desarrollado, llamado Cetacean Hearing and Telemetry (CHAT), los científicos pudieron escuchar el particular sonido emitido por los animales e inmediatamente escuchar en palabras qué era lo que decían.
"Sargazos" fue el término que comunicaron los delfines, es decir, advirtieron la presencia de algas, explica ABC.es.
El silbido emitido, además, es uno inventado por los científicos cuando jugaban con los cetáceos con la esperanza de que lo adoptaran dentro de su sistema de comunicación.
Increíble como suena, todavía es muy pronto para sacar conclusiones al ser la primera vez que ocurre la traducción simultánea.
Con este avance, los profesionales quieren empezar a investigar la comunicación natural de los delfines, más allá de los silbidos que han adoptado en el contacto con humanos.
En base a algoritmos, han descubierto ocho componentes distintos en una muestra de 73 silbidos y lograron igualar las cadenas de esos componentes en las interacciones de madre y cría.
fuente: 24HORAS

Espionaje a ballenas desde el aire

El mayor seguimiento hecho a cetáceos muestra su lucha por sobrevivir en el mar contaminado.

“Preservar las ballenas no es una alternativa o una cuestión de divinidad. Cuando levantan sus colas o dan brincos inusuales mar adentro, nos están indicando que son más que una buena postal. En esos momentos de éxtasis y de impresión, cada una es un termómetro con señales sobre la salud de los mares”.
Diego Taboada no exagera. Después de más de 20 años observándolas y vigilando su comportamiento, este biólogo sabe lo que dice. Las ballenas, como él bien afirma, no son un mero accidente oceánico.
“Migran, dominan territorios inmensos y se reproducen en áreas que están a miles de kilómetros de aquellas en donde se alimentan. Por eso, si las ballenas en un sitio de cría muestran signos de desnutrición, esto indica que algo está sucediendo en sus áreas de alimentación. Pero si tienen altos niveles de contaminantes en sus tejidos, esto es un indicador de polución en el mar”.
Pero no solo son bioindicadores, como este argentino lo explica. Existen, por ejemplo, para ayudarnos a regular el clima del planeta. Lo hacen cuando comen plancton, esos pequeños seres que flotan en el agua salada. Lo que pasa es que ellas, a su vez, reciclan el hierro presente en este alimento y lo convierten en fertilizante para crear nuevas porciones de estos microorganismos capaces de capturar tanto dióxido de carbono como los bosques de la Tierra (aproximadamente un millón de toneladas al año).
Al saber todo esto, una frase más de Taboada adquiere sentido: “Protegerlas es una causa hermosa. Y si las cuidamos y de paso trabajamos por preservar su medioambiente, nos estamos protegiendo también a nosotros mismos”.
Él le cuenta a EL TIEMPO que lleva más de 25 años en esa misión como fundador del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB) –del que ahora es presidente–, una organización que se ha instalado en los mares del sur del continente, más precisamente en la península Valdés, en plena Patagonia, para ejercer una labor que más parece una misión de espionaje.
A través de fotografías e imágenes aéreas, Taboada y su equipo han logrado captar 155.000 imágenes de 2.850 ballenas diferentes de la especie franca austral, lo que convierte a este trabajo en el más riguroso que se haya hecho en el mundo para seguir el rastro de cetáceos.
Es una labor de ‘fotoidentificación’ que ha permitido seguir a algunas de las ballenas por más de 30 años y que acaba de recibir el premio de la Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento, uno de los más prestigiosos del planeta, en la categoría de Conservación de la biodiversidad en Latinoamérica.
Todo comenzó en 1970, cuando el estadounidense Roger Payne, uno de los más prestigiosos investigadores de ballenas de la historia y fundador de la organización Ocean Alliance, descubrió que cada ballena franca austral tiene en su cabeza unas callosidades que no varían con los años y que permiten individualizarlas, como las huellas dactilares en los humanos. Basados en ese hallazgo, nació este proyecto.
Con la identificación de aquellos individuos con fotografías tomadas a distancia y sin invadir su espacio con lanchas u otras estrategias de aproximación, el ICB ha monitoreado fenómenos biológicos únicos.
Uno de los más impactantes es el ataque de gaviotas a las ballenas vivas, para alimentarse de su piel. Una madre y su cría pueden ser atacadas por cuatro o cinco gaviotas, que alcanzan a introducir en sus lomos todo el pico para atravesar la dermis y consumir su grasa.
Esto les implica un mayor gasto de energía durante la lactancia, lo que perjudica la supervivencia de los ballenatos.
El gobierno de esta provincia propuso un plan que consistía en eliminar a las gaviotas de cualquier forma, incluso a punta de disparos con escopeta, una estrategia que aún es discutida y no avalada por los científicos.
También han podido descubrir los efectos del cambio climático sobre su reproducción. Con cuatro décadas de seguimiento, han concluido que el mar ha incrementado su temperatura y se han reducido las porciones de kril (crustáceos), otro de los alimentos preferidos de las ballenas, con lo que la cantidad de nacimientos por temporada también ha bajado.
A esto se suman los choques con grandes barcos (la principal causa de muerte de las ballenas), las señales de sonares que perjudican sus desplazamientos, las mallas de arrastre que usa la pesca industrial, en las que quedan enredadas hasta morir ahogadas, así como los desperdicios y residuos biológicos que todos los días caen al mar sin ser filtrados y que les causan enfermedades. La contaminación, dentro de poco –dicen las investigaciones–, reemplazará al arpón como la siguiente amenaza mortal para las ballenas.
La población mundial de cetáceos de la especie franca austral era de entre 55.000 y 70.000 individuos antes de la cacería comercial, que se intensificó poco antes de la primera mitad del siglo XX. Hoy, a pesar de que las poblaciones se recuperan a una tasa del 5,1 por ciento, tras más de 70 años de protección internacional, se calcula que la población no supera las 17.000 en todo el Hemisferio Sur. En la península Valdés se pasó de 400 ballenas en 1970 a 4.000 en el 2011.
“Las ballenas llenan nuestra alma de inspiración y respeto por el mundo natural. Sin embargo, esa virtud no las libra de enfrentar todas estas amenazas que requieren el trabajo de muchas organizaciones del continente. El esfuerzo no puede ser local, debe ser global”, dice Taboada.
Pero así como hay muchos problemas detectados, también se han conocido secretos asombrosos, como que las crías o ballenatos heredan de sus madres la localización de las zonas de alimentación en el Atlántico Sur.
Como seguramente lo ha hecho Alfonsina, una ballena que fue fotografiada por el ICB por primera vez en 1972 y que se volvió a ver en el 2008, lapso en el que ha tenido 10 hijos. O como Antonia, a la que se le conocen cuatro hermanos, o Serena, fotografiada por primera vez en 1971, con 8 hijos, y que fue captada nuevamente en el 2011, con lo que se podría decir que ya pasó la barrera de los 40 años.
Josefina es otra de las consentidas del programa, ya que fue vista por primera vez en 1973 y en 1987 se le vio en el sur de Brasil, a más de 2.000 kilómetros de su hogar.
Como ellas, hay muchas que han sido bautizadas y rastreadas para que no guarden tantos secretos. “Ellas son apenas la punta de un gran iceberg de conocimientos que estamos empeñados en descubrir, por el bien de ellas y de nuestros hijos”.
JAVIER SILVA HERRERA 
fuente: EL TIEMPO.COM